Astillero
■ El silencio de los inocentes
■ Solución: la gallina
■ Fractura de badajo
¿Qué fue primero, el huevo (la corrupción, la desigualdad, la injusticia) o la gallina (la inseguridad, el narcotráfico, los secuestros)? Para que el respetable público no se quiebre la cabeza, la siempre supletoria televisión ha dado la respuesta: lo primero fue la gallina, pero no toda ella sino una de sus partes, la inseguridad, sobre todo en una de sus expresiones más brutales, el secuestro. Concéntrense, pues, las fuerzas sociales en los esfuerzos despolitizados, descafeinados, embargables por los verdaderos inversionistas y ganadores, de buscar resolución (parcial, selecta, cupular: aparente) del problema gallináceo y no de sus orígenes y causas. No importa el saqueo del país ni quienes lo han hecho, no importa el fraude electoral ni sus consecuencias sangrientas, no importa cómo se ha llevado la desigualdad social y económica a niveles que propician la criminalidad y el horror cotidiano, no importa que unos cuantos se quieran quedar con el petróleo nacional y con ello generen más injusticia, desigualdad y criminalidad sin cuello blanco: lo que importa hoy es que todo mundo esté atento al conejo blanco (la gallina) de la lucha contra la inseguridad, sin asomarse a la negra chistera y sus trucos ovales de virtual expropiación en favor de particulares. Que no haya apátridas que se fijen hoy en el huevo, sino en la gallina. Mexicanos al grito de la tv, el silencio aprestad y el marchar.
Son ríos de color blanco que caminan rumbo al Zócalo. Neutros, en contención voluntaria, se esmeran en plantear un par de consignas básicas (“México, quiere paz” y “Si no pueden, renuncien”), pero su abstinencia expresiva, o su reducción a lo mínimo, es sustituida (¿secuestrada?) por los mecenas mediáticos (a los movimientos sociales, por sus patrocinadores los conoceréis) que ponen a sus conductores y comentaristas afamados a darle el sentido conveniente al silencio de los inocentes, a pintar el blanco caminante con los colores mejor canjeables por los dueños de la paleta cromática fraudulenta (muchos de esos impresentables ejecutantes del negocio llamado periodismo son y han sido cómplices y beneficiarios de las mil transas del poder; periodistas de camioneta blindada y guardias privados y públicos, convidados hipócritas de los banquetes de las alturas que, sin embargo, asumen posturas de “indignación” por las consecuencias de lo mismo que justifican y convalidan en lo sustancial).
El huevo y la gallina o el nuevo silencio de los inocentes (lambs, en el título literario y cinematográfico original, es decir, corderos). Érase que se era un caso criminal de elite (el reprobable asesinato de un adolescente secuestrado, hijo de un conocido empresario deportivo) que fue tomado de botepronto por mentes políticas criminales para fabricar un episodio colectivo de exacerbación de justos enojos sociales acumulados y convertirlo en sustituto o, cuando menos, en gran distractor del proceso de acumulación de fuerzas populares que se opondrían, tal vez de manera terminal, al gran negocio de la privatización petrolera que beneficiará a muchos de los grandes empresarios que decidieron entretener a las masas con el espectáculo de la irritación magna y oportunamente publicitada. En el gatopardismo cínico, que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Que la privatizadora derecha monte el gran espectáculo del enojo ciudadano (con la señora Morera organizando hoy con Calderón lo que cuatro años atrás tejió con Genaro García Luna, ahora secretario federal de Seguridad Pública) para que no haya ambiente, condiciones, lugar, para lo que quiera hacer la rebelde mano izquierda.
Y así se llega al momento de las horas contrapunteadas y los espacios políticos y periodísticos escamoteados. Todo el espacio periodístico a la marcha promovida y todo el enfoque al accidentado de Los Pinos y sus promesas de que ahora sí hará lo que en casi dos años no ha hecho, y ahora menos que nunca tiene condiciones para hacer (el alineado Marcelo también cumple, desde luego, su papel de convalidación del nuevo poder “ciudadano”). Pero de lo que se trata en los medios aliados no es de criticar a Calderón ni dar contexto para entender que su palabrería sólo trata de ganar tiempo, sino de atiborrar de información “positiva” a partir de lo negativo, de dar relevancia a las promesas felipenses aunque la hemeroteca dé razones en contra. Y (comprobable mediante la simple lectura de los diarios dominicales y sus páginas de Internet) de acorralar, marginar y posponer al movimiento de resistencia a la privatización petrolera. Hoy, lo importante es la gallina (la inseguridad) y no el huevo (las transas empresariales, el saqueo de lo colectivo, la inviabilidad de la nación). Nada debe distraer a los mexicanos de su patriótica tarea de resolver lo de la inseguridad. Ya habrá tiempo más delante (por ejemplo, después de que el Congreso apruebe por mayoría pripánica y complicidad chucha las reformas del asuntillo menor del petróleo) para politiquerías y grupismos y demás. Hoy: la inseguridad, y nada más.
El golpe de las veladoras electrónicas impacta las filas resistentes. En el Monumento a la Revolución, López Obrador denuncia un fraude más y llama a abrir un expediente judicial más (contra Fox, contra Calderón). Explica la inseguridad pública a partir de la injusticia social. Y entre el marasmo de los previos oradores cansinos a los que la gente desatiende casi con profesionalismo, y luego de largos pasajes oratorios andresinos que bien pudo cumplir un maestro de ceremonias (la relatoría de las brigadas y sus responsables, por ejemplo), se anuncia que el próximo 15 se dará el grito bicentenario en pleno Zócalo, en la noche, en colindancia horaria con el que Felipe I encabece si el tiempo (político) lo permite y si la operación de espalda, perdón, ésa fue de Fox, si la fractura de hombro y lesión en una rodilla no se lo impiden con oportunidad médica manejable, según se vayan viendo las cosas. ¡Hasta mañana, en esta columna que hace política resbaladiza en bicicleta!
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