López Dóriga, la inmoralidad mediática
Javier Sicilia
PROCESO
MÉXICO, D.F., 13 de diciembre.-
Poco antes de la maquillada
transición democrática, cuando el gobierno señoreaba abiertamente al
país como una dictadura, los medios noticiosos –en particular los de
Televisa, encabezados entonces por Jacobo Zabludovsky– estaban perdidos
en los principios y en la moral. El apetito del dinero y la indiferencia
por la dignidad habían actuado para dar a México medios cuyo único
objetivo era aumentar el poder del gobierno, el lucro de las empresas
mediáticas y el envilecimiento de todos.
En esos tiempos, el Excélsior de Julio Scherer y –después del golpe
perpetrado por el gobierno de Echeverría– la revista Proceso, que se
fundó con el apoyo de una ciudadanía indignada, eran la excepción. Sus
batallas, su periodismo de investigación, su devoción por la verdad, su
negativa a pactar con los poderes, no sólo mantuvieron viva la voz de la
nación, sino que sentaron las bases de lo que ahora es la libertad de
prensa en nuestro país.
En medio de esa libertad, Proceso, dirigida ahora por Rafael
Rodríguez Castañeda, ha seguido el mismo camino y continúa siendo una
referencia incómoda para el poder y para esos medios que, como los
auspiciados por Televisa, no han dejado de ser lo que siempre han sido:
la vergüenza de este país. No es otra cosa lo que López Dóriga –ese
periodista inescrupuloso, continuador del Zabludovsky del antiguo
régimen– mostró cuando –días después de la publicación del reportaje de
Ricardo Ravelo Testigo estelar (Proceso 1777), y de la publicación de un
capítulo del libro de Anabel Hernández Los señores del narco (Proceso
1778)– divulgó y magnificó en su noticiario que Sergio Villarreal, El
Grande –testigo protegido que en el reportaje de Ravelo había
manifestado conocer a Calderón a través del senador Guillermo Anaya–,
decía haber dado al periodista 50 mil dólares para que guardara silencio
con respecto a su persona.
Se trataba –como lo dijo el propio López Dóriga en un alarde de
servilismo avalado por los periodistas que lo acompañaban en el programa
Tercer Grado– no de una noticia, sino de un lección: mostrarle a
Proceso, primero, que la fuente de Ravelo, El Grande, que dice conocer
al presidente, se volvía ahora contra él; segundo, que si en ese caso la
fuente mentía, también mentía en relación con sus declaraciones sobre
Calderón y Anaya; tercero, que Proceso, el cual recurre a testimonios de
testigos protegidos, se ha convertido en un semanario corrupto que
tiene relaciones con el narcotráfico y que utiliza cualquier tipo de
información para desprestigiar al gobierno; cuarto, que a partir de ese
momento todo lo que ha dicho o diga Proceso es sospechoso de falsedad.
Se trataba, bajo una moralina seudoperiodística, de linchar a Proceso,
de desprestigiarlo, de reducirlo a un periodismo de calumnia, a un
pasquín que dejó de ser lo que fue para mentir.
La evidencia más clara de esta bajeza está en la manera en que el
propio López Dóriga manipuló los argumentos que Ravelo utilizó en su
reportaje Testigos protegidos: creerles a conveniencia (Proceso 1778).
Según Ravelo –palabras que el propio López Dóriga utilizó para darle esa
supuesta lección a Proceso– los testigos protegidos “mienten”. Lo que,
sin embargo, López Dóriga omitió es, primero, que mienten porque “en
manos de las autoridades sufren presiones económicas, malos tratos y
frustración”; segundo, que cuando esos mismos testigos “se refieren a
funcionarios poderosos del gabinete federal no se les toma en cuenta”;
tercero, que “con frecuencia los testigos protegidos se quejan de que en
la SIEDO son obligados a declarar en contra de gente que no conocen…”.
Ni López Dóriga, quien sí ha difamado muchas veces para servir a sus
patrones –recordemos sus ataques contra el diario Reforma por denunciar
los beneficios obtenidos por Televisa y Nextel en la asignación de
frecuencias radioelectrónicas y la reciente divulgación de una supuesta
corrupción entre directivos de la industria farmacéutica y del Seguro
Social porque así convenía a esa empresa televisiva–, ni quienes lo
acompañaban en Tercer Grado tuvieron el profesionalismo de verificar si
los señalamientos de El Grande sobre su encuentro con Calderón eran
falsos; ni si la acusación de ese testigo protegido contra Ravelo era el
producto de una coerción de la SIEDO para golpear a Proceso.
Reunidos en el foro televisivo, Dóriga, Marín, Maerker, Gómez Leyva y
Micha habían dejado de ser periodistas para convertirse en los
inquisidores de Proceso, en servidores de esas Iglesias degeneradas
llamadas Gobierno y Televisa, y en verdugos impolutos de un periodismo
que no ha dejado de denunciar sus corrupciones y desaciertos. Habían
dejado de honrar la palabra, a la que un día sirvieron con dignidad,
para volver al viejo objetivo de los medios verdaderamente corruptos:
aumentar el poder autoritario del gobierno, el lucro de las empresas
mediáticas de las que viven y el envilecimiento de todos.
A los que hacemos Proceso nunca nos ha interesado caminar apoyándonos
en los pobres privilegios de los que saben arreglárselas con el poder.
Nuestra ambición es y ha sido dar testimonio y gritar cada vez que es
posible en nombre de aquellos a quienes los poderes aplastan. Eso, para
honra de la verdad, jamás podrán acallarlo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar
a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la
Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la
Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la
APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.
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