Canal once, el engaño
Jenaro Villamil
Proceso
MÉXICO,
DF, 13 de julio (apro).-
¿A quién quiere engañar Felipe Calderón cuando
afirma que el Canal Once se convertirá en “una televisión pública que
promueva el debate democrático de las ideas”, y que su naturaleza es la
de “una televisión del Estado mexicano pública, gratuita, abierta y
plural”?
El anuncio realizado en transmisión simultánea –ya vimos que a
Calderón le encantan los “encadenamientos” de sus mensajes-- se produjo
en las instalaciones del antiguo canal educativo del Instituto
Politécnico Nacional (IPN).
En esencia, fue la formalización de una mayor cobertura de esta
señal para llegar a 42% del territorio nacional, incluyendo capitales
como Guadalajara, Jalapa o Morelia. Anunció que “en breve” se
incorporarán las ciudades de Mérida, Monterrey, Oaxaca y Durango a la
cobertura de Canal Once.
Durante ese evento no hubo sociedad civil sino el conjunto de la
burocracia de medios gubernamentales de la administración federal, la
misma que con escasos recursos ha tratado de hacer en algunos medios un
trabajo digno, a pesar del menosprecio de Los Pinos o el acoso
incesante de Max Cortázar para convertir a estas señales en
prolongaciones de la propaganda calderonista. Ni siquiera estos
funcionarios creen que se trata realmente de una “tercera cadena
pública”.
Se trata de una señal para la propaganda calderonista. Se busca el
control político nuevamente de los medios permisionados para uniformar
sus contenidos informativos, excluir a voces críticas y copiar los
formatos de la televisión comercial para transformarlos en una especie
de divertimentos burocratizados por la alta ineficacia telegénica de
quienes administran Canal Once.
Basta ver lo que ha sucedido con la barra de programación de Canal
Once durante este sexenio. Hubo varios intentos para desaparecer
programas “incómodos” como el debate de los hombres de negro o el
programa “Aquí nos tocó vivir” de Cristina Pacheco, que no coinciden
con la idea de infoentretenimiento de su director Fernando Sariñana.
Luego se pirateó la idea de “Discutamos México” que inició el Canal
22 para volverlo una proyección de las fantasías calderonistas durante
el Bicentenario y el Centenario. También se modificó el formato de los
noticieros para que las notas principales sean las declaraciones de los
miembros del gabinete, incluyendo a la primera dama Margarita Zavala,
como si se tratara de una pasarela de funcionarios de una televisión
soviética: sin imaginación, sin contraste crítico, sin hechos que
informar.
Además, se incorporaron programas con los nuevos géneros híbridos de la televisión (realitys, concursos, talk shows, docudramas), pero sin una propuesta realmente alternativa para las audiencias. Se clausuró, sin explicación alguna, la figura del ombudsman
de las audiencias de Canal Once porque al director cinematográfico que
dirige esta señal le pareció aburrido atender los derechos de las
audiencias.
Incluso se eliminó todo punto de vista crítico hacia el modelo de la televisión guiada por el rating y Canal Once no volvió a promover ningún debate profundo sobre la reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión.
En fin, Canal Once se volvió una televisora dócil, cómoda no sólo para el gobierno federal sino para Televisa y TV Azteca.
Y Sariñana fue de los primeros en firmar ese fraude telegénico
llamado “Iniciativa México”, como si se tratara de un proyecto del
propio IPN.
Nunca fue un canal plenamente autónomo ni mucho menos un medio de la
sociedad civil, pero durante décadas Canal Once fue cuidado por sus
productores y algunos directores para que mantuviera una identidad
propia, más allá de los vaivenes sexenales. Algunos lo lograron, otros
no tanto. Pero con el calderonismo se retornó a las peores prácticas de
una televisión del régimen priista, como si nada hubiera cambiado.
Incluso, hubo una operación burocrática altamente cuestionable. La
creación por decreto del Organismo Promotor de Medios Audiovisuales
(OPMA) implicó sacar de la esfera educativa (la SEP) la dirección de
los medios oficiales para que retornara a la Secretaría de Gobernación,
como si se tratara de un asunto de control político y no de proyecto
cultural.
Miente Calderón cuando afirma que “la televisión pública mexicana
seguirá siendo el emblema de la televisión educativa, cultural e
informativa. Fortalecerá los valores que enriquecen y nutren nuestra
mexicanidad”.
Miente porque el mismo anuncio es un ejemplo de que se trata de
instrumentalizar el Canal Once para volverlo la “señal presidencial”.
Lo público se confunde con lo gubernamental y la televisión educativa
se transforma en una televisión de propaganda.
¿Por qué no estuvieron los anteriores directores de Canal Once? ¿Por
qué se han excluido las experiencias previas de una señal que ha
aportado mucho a la cultura televisiva mexicana?
Esta es la principal muestra de que se trata de un modelo
excluyente, autorreferencial y, a fin de cuentas, sin el menor interés
en el servicio público.
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