Atenco y los pendientes
Javier Sicilia
Proceso
MÉXICO,
D.F., 14 de julio.-
El 1 de julio, al liberar a los 12 presos de
Atenco, la Suprema Corte de Justicia de la Nación hizo lo que hace
mucho no practicaba: impartir justicia. Hay que felicitarse por ello.
Pero este acto que satisface a la nación no está exento de pesar. Desde
hace cuatro años, muchas mujeres y hombres que no necesitamos haber
pasado por las facultades de Derecho para saber lo que significa la
justicia pusimos en evidencia no sólo la inocencia de esas personas,
cuyo único delito fue defender su tierra y sus modos de vida frente a
los intereses del poder, sino que señalamos también la impunidad en la
que vive ese mismo poder que las reprimió, encarceló y condenó, y que,
durante su detención, violó mujeres.
Después de cuatro años de dolor, de sacrificios, de luchas para
resarcir esa injusticia, los verdaderos culpables, que tienen nombre y
apellido, no sólo permanecen impunes, sino que, protegidos por el
poder, continúan en las corporaciones policiacas o se encumbran en las
esferas políticas. El caso más claro es el de Enrique Peña Nieto. Ese
gobernador, que fue fundamental para que dicha injusticia se mantuviera
durante cuatro años, no sólo permanece en su puesto, sino que, arropado
por un PRI tan corrupto como su historia, se encumbra como virtual
candidato a la Presidencia de la República.
En este sentido, el resarcimiento de la justicia que acaba de hacer
la Suprema Corte no sólo es parcial, sino insuficiente. No basta con
haber liberado a unos seres humanos que simplemente nunca debieron
haber estado en prisión. Hay, además, que resarcirles esos cuatro años
de sufrimiento, castigar a los culpables que cometieron ese delito y
cumplir con un sinnúmero de pendientes que antes y después de esa
inmensa injusticia han acumulado el Estado, los gobiernos y los
partidos.
Desde hace 15 años no he dejado de firmar mis artículos con parte de
esos pendientes. A lo largo de esos años, otros tantos agravios que han
permanecido impunes y otras tantas traiciones a la justicia se han
agregado. Si no los he sumado a mis demandas es porque de hacerlo
ocuparían tal espacio que llenarían mi columna. Pero los conocemos, los
llevamos en nuestros corazones, los sentimos con una rabia contenida y
no hemos dejado de denunciarlos cada vez que la ocasión lo pide. Las
columnas de los periodistas y de los analistas honestos de este país
están llenas de ellos.
En el caso de los presos de Atenco, nuestro deseo era que esa
liberación hubiese llegado antes de que la descomposición del país
alcanzara niveles inauditos. Pensamos, de todas formas, que hay que
alegrarse porque esa justicia hace despuntar una hoja de verdor en
medio del desierto de la injusticia y caer un relámpago en las
tinieblas del país. Pero no queremos solamente alegrarnos. Queremos
también admirar y creer. Para ello es necesario que la justicia se
pruebe antes de que la presión de los que la tienen clara, porque la
aman sobre cualquier interés, la mantengan viva a costos muy altos.
Cómo nos gustaría, en este sentido, que el PRI dejara de proteger a
criminales como Ulises Ruiz, Mario Marín y Enrique Peña Nieto para que
sean procesados como los criminales que son; cómo nos gustaría que el
gobierno federal y sus aparatos judiciales dejaran de proteger a los
responsables de la muerte de los niños de la guardería ABC y a los
asesinos de Acteal, cuyos nombres todos conocemos; cómo nos gustaría
ver a los partidos políticos dejar sus corruptelas y sus pactos
innaturales para que tengamos elecciones verdaderamente libres; cómo
nos gustaría ver el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés para que
el EZLN y las organizaciones de derechos humanos no tengan que
mantenerse en estado permanente de alerta; cómo nos gustaría ver que la
protesta social ya no se criminaliza y que se deja de fabricar
delincuentes para proteger a los verdaderos criminales o justificar la
ineficiencia de nuestras instituciones. En síntesis, queremos ver que,
en el corazón mismo de este México que vive una vergonzosa
descomposición, los hombres y mujeres que están encargados de impartir
la justicia en nuestra nación comiencen a impartirla con verdad y a
corregir lo que toda la nación sabe que hay que corregir para honrar a
la justicia.
Es duro saber que las más altas instancias que protegen la justicia
de México han dejado este cuidado a ciudadanos que no tienen su
autoridad, algunos de los cuales, incluso, como los propios presos de
Atenco, han estado privados de la esperanza de la que cualquier
justicia vive. Son ellos, que han dado lo mejor de sí mismos en la
lucha común y que no perciben los jugosos salarios de nuestros jueces,
quienes han tenido la razón y estaban en el bien.
La virtud de la justicia, hay que recordarlo, no es un discurso que
se debate en el intrincado bosque de los tecnicismos jurídicos que sólo
protegen intereses, sino un acto cuyo sentido, en relación con el bien,
es inequívoco. Por ello, la justicia, que es una virtud, no está en el
Estado ni en las leyes ni en los partidos ni en la nación, sino en las
personas que los integran; una virtud que sólo existe, como en el caso
de Atenco, en los justos que la defienden y la hacen valer. Es desde
allí que debemos continuar enfrentando nuestros pendientes, que, día
con día, son, para nuestra vergüenza, más.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés,
liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino
de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar
a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de
la APPO y llevar a Ulises Ruiz a juicio político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario