Astillero
Dar el avionazo
Exagerar para distraer
Ni secuestro ni rescate
Julio Hernández López
Fue un montaje al pastor. Un avionazo. El único secuestro que hubo fue el del debate sobre el terremoto fiscal anunciado un día antes por los apocalípticos funcionarios de apellidos que empiezan con Ca. Lo demás fue una tragicomedia claramente exagerada, para convertirla en una oportuna cortina volante de humo, por la compañía productora GGLuna (de sonados éxitos internacionales, como la recreación para la tele que hizo de la detención de la francesa Cassez).
El día de la ira por razones impositivas se convirtió en un televisado espectáculo en vivo que, a partir de un incidente de origen incierto, mantuvo durante horas la atención pública concentrada en otros asuntos. El único flanco protestante fue el de la iglesia a la que pertenece el predicador y cantante religioso que habría conmocionado al aparato estatal de “inteligencia” y “seguridad pública” a partir de la confección artesanal de presuntas bombas que en realidad eran un par de botes de jugo rellenos de tierra y adornados con foquitos tal vez como de serie de Navidad.
Mezcla de elementos externos y presagios que suelen desatar en los nativos y creyentes el desprecio y la persecución de lo ajeno, de lo desconocido: Boliviano (o venezolano, o colombiano, se dijo en un principio: sudamericanos malos, que son comunistas o narcotraficantes), pastor cristiano (los otros, los no pertenecientes a la que se dice mayoría religiosa en el país) y augur del desastre (no el actual, el producido por F.C., sino el terremoto de castigo, las profecías reveladas, el 999 que al revés da 666 –¡Santa Lotería Nacional: el número premiado en el sorteo dedicado a La Jornada fue el 26166; oh, revisad la nave jornalera y expropiad cualquier botecito de jugo!–).
Lo de menos, en esa exaltación del miedo colectivo, en esa fabricación mediática de fantasmas y villanos, es el riesgo de bordear los linderos del ridículo: el secretario de las dicciones torturadas, García Luna, batalla no con los reporteros sino con la lógica y el sentido común a la hora de tratar de explicar con exactitud lo que pasó. Por dar algunos ejemplos, la dimensión de la amenaza recibida por los tripulantes del vuelo de Aeroméxico, los momentos de tensión, acaso los forcejeos o cierta violencia en las alturas, las dificultades para desplegar la riesgosa estrategia de rescate, los instantes supremos en que los “rehenes” habrían estado en riesgo de muerte si el “operativo” fallaba en algún milímetro, la captura de la banda de criminales de alta escuela que habrían sido sometidos heroicamente. Nada: una amenaza de saliva acompañada de visiones extemporáneas (el sismo se había producido un día antes, con la presentación del paquete económico 2010), sin violencia física ni ruido que alertara a los demás pasajeros, casi un diálogo en la parte trasera del avión entre el solicitante volador de audiencia con Felipe y las aeromozas y el capitán de la nave. Mil preguntas, mil dudas, pero Genaro se refugia en el reino del procedimiento establecido. Todo cabe en el jarrito procesal. Que esto que l’otro: el procedimiento. Que blanco o negro: el procedimiento.
Luego, Felipe aparece triunfal en el foro mediático, preparado por el productor GG Luna, para demostrar que su gobierno sí sabe hacer bien las cosas y sí puede tener éxito en operaciones arriesgadas.
“Qué susto, ¿verdad? Estuvo duro, ¿no?”, preguntaba a los reporteros a los que aseguraba que lo sucedido había sido “un momento de prueba para todos, para la sociedad y el gobierno”, y narraba –con esa vocación tan marcada por los detalles de lo policiaco, de lo operativo– cómo había estado atento desde el principio, y las decisiones sobre la marcha que fue tomando: si ya salvó a la humanidad de la influenza, fue reconocido en Washington como un nuevo Elliot Ness, y sufrió una ya olvidada amenaza de asesinato –difundida oportunamente también por la oficina de relaciones públicas GGLuna–, ¿qué trabajo le podía costar el manejo de un incidente aéreo como el de ayer? Por tanto, el mensaje podría ser: Pueblo de México, sí te sabremos rescatar del secuestro de volatilidad económica al que te estamos llevando. Claro, para lograr esos resultados, se necesitaría que el presunto secuestrador fuera solitario, vulnerable (drogas, alcohol y cárcel en su pasado) y merecedor de desconfianza (los alegatos catastróficos del pastor Josmar Flores). ¡Chin: sí embonan ciertas características, así es que en una de esas y sí hay salida de la crisis provocada por C&C!
El Juanito religiosamente aéreo (artes marciales, tiro al blanco y demás) aportó un paréntesis a la saga calderónica de tensiones, pero también permitirá que se restituyan y fortalezcan los mecanismos de control en aeropuertos que los gringos tanto necesitan en función de su seguridad nacional. El viajero de Cancún ayuda a la Iniciativa Mérida, y ésta al calderonato para seguir quedando bien con los patroncitos gringos que buen billete verde le están metiendo a su traspatio poroso. Todo sea por Go(l)d: ¿mandato divino o mandado de Los Pinos?
La respuesta estuvo en el aire o, más bien, en las escenas de tierra, en los aparatosos movimientos policiacos para nada, en la ausencia de nerviosismo o desesperación adentro del avión, porque los pasajeros se fueron enterando de su presunta condición de peligro cuando familiares les hablaron desde la ciudad de México para compartir lo que escuchaban en la radio, en la ordenada y seccionada “liberación” de los rehenes mientras el secuestrador esperaba que fueran por él, en el manejo escenográfico de siete u ocho presuntos secuestradores (entre ellos, un diputado), en el tirar a tierra a los pasajeros “liberados” a unos metros del avión que según eso podría estallar, en el insólitamente exitoso papel negociador de un capitán aéreo con un pasajero con Biblia y dos latas de jugo, en el show distractor montado para que los mexicanos nos dediquemos a analizar los riesgos del “terrorismo” y los resultados del futbol mundialero. ¿Secuestro? No hubo. ¿Rehenes o víctimas?, tampoco. ¿Rescate?, un montaje. ¿Entonces? Un avionazo. ¡Hasta mañana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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