El desafío de López Obrador
Arnaldo Córdova
La Jornada
Andrés Manuel López
Obrador, finalmente, se ha decidido a enfrentar a la dirección corrupta y
logrera del PRD y, al mismo tiempo, al gobernador del estado de México,
en su propio terreno, las tierras mexiquenses, donde tiene su base
natural y en donde los chuchos del PRD y el PAN buscan reditar
una más de sus alianzas, según ellos, para acabar con el caciquismo
priísta. Las razones son múltiples y de peso: para nadie es un secreto
que se trata de la entidad más poblada del país y de la que es
originario el principal prospecto para la Presidencia de la República de
la reacción y, en particular, del grupo oligárquico que detenta el
poder en México; es un escenario privilegiado de la lucha por el poder
y, en consecuencia, del futuro de nuestra nación.
Al mismo tiempo, López Obrador consideró que había llegado la hora de empezar a hacer cuentas con los chuchos
y sus adláteres de Alternativa Democrática Nacional, el grupo mafioso
dominante en el PRD del estado de México y aliado de aquéllos. La
primera cuestión que quiso dejar en claro es, justo, la razón por la
cual una alianza con un partido derechista y reaccionario como el PAN es
la abolición de los principios de acuerdo con los cuales se organizó el
PRD y es una auténtica felonía, aparte de una estupidez, que se busque
una alianza con ese partido cuando hace cuatro años, en alianza con el
PRI, el sindicato de profesores de la Gordillo, la oligarquía que domina
la vida económica, política y social de México y la misma Iglesia
católica le robó a López Obrador el triunfo en las elecciones
presidenciales y lo etiquetaron a él y a su movimiento electoral como un
peligro para México.
El Peje, finalmente, puso sus cartas sobre la mesa: si la
actual dirigencia nacional perredista se empecina en ir a esta alianza
absurda, entonces llamará a las bases perredistas en el Edomex a la
rebelión en contra de esa traición a la izquierda y a su legado
histórico. Porque eso es: una traición y una desvergüenza que Jesús
Ortega se haga el tonto llamando a López Obrador a que
se serene. Y lo es en múltiples sentidos de los que sólo algunos se pueden mencionar aquí. El PRD fue concebido desde el principio como un partido puesto al servicio del pueblo y de los ciudadanos que lo constituyen para alcanzar una verdadera democracia en México y acabar con la impunidad, la corrupción y el latrocinio y lograr la igualdad cada vez mayor de todos los mexicanos. Eso es la esencia del pensamiento de izquierda.
Los chuchos no entienden de esas cosas. No les importan los
principios a los que nunca se refieren. Camacho, su preceptor electoral,
simplemente, no tiene principios, sólo objetivos simples de política
logrera. Su idea motivadora, ajena a cualquier principio, es el
aliancismo a ultranza. Aliarse con cualquiera, para alcanzar un
objetivo. A los oportunistas lumpenizados que siguen a Ortega les
vinieron de perlas sus sugerencias y las convirtieron en su bandera.
Pero la suya no es sólo una traición a los principios, que no tienen,
sino también a quien le deben su fortuna presente, López Obrador, cuyo
ascenso les permitió a ellos hacerse de los órganos de dirección del
partido y también de los puestos de representación popular.
López Obrador no oculta nunca sus fines. Al contrario, busca siempre
hacerlos lo más claros posible y esta vez no fue la excepción. Si los chuchos
y sus aliados panistas se salen con la suya y comprometen al PRD en una
malhadada alianza sin principios (y sólo con la mezquina finalidad de
derrotaral PRI), él mismo se moverá por todo el Edomex, haciendo campaña a favor de una candidatura independiente y de izquierda. Candidatos no faltarán. Ya veremos que la izquierda mexiquense sabrá elegir a uno tras el cual vaya la gente que ha cobrado conciencia y que desea un cambio de verdad en esa entidad esquilmada y que es guarida tradicional de ladrones sin vergüenza ni patriotismo.
No todos los perredistas mexiquenses, ni mucho menos, se han
dejado timar por las ilusiones camachistas y chuchistas. Ha sido
impresionante contemplar los mítines de López Obrador por los municipios
que ha visitado. Miles de ciudadanos asisten a ellos y, casi siempre, El Peje
les pregunta si son perredistas. Todos ellos responden a coro que sí y
prorrumpen en arengas a la unidad y a la independencia de principios de
su partido. Hay quien dice que son sólo
Todo mundo tiene en mente la experiencia innovadora de Iztapalapa, cuando López Obrador se puso en movimiento en contra de la mafia de René Arce, en contra de una sucia maniobra del Tribunal Electoral Federal, de unas boletas que ya no se podían cambiar y en las que estaba inscrito el nombre de Clara Brugada, pero los votos no valdrían para ella sino para su contrincante del PRD y se tuvo que recurrir al registro del Partido del Trabajo y a su candidato para parar el golpe y ganar. A muchos no les parece lógico que en una delegación tan perredista como esa el triunfo haya sido del PT. Pues así fue y se debió a López Obrador. En Oaxaca, él se movió por los municipios indígenas con el senador Gabino Cué, futuro triunfador de las elecciones estatales. El triunfo de la coalición no fue del todo mérito de ella.
Todavía se está esperando que alguien explique qué ganó el PRD con sus alianzas en Puebla y Sinaloa, estados en los que es insignificante. Se eligió a dos priístas por fuera del PRI. ¿Dónde está la ganancia? Ver al famoso Malova en la toma de posesión del priísta César Duarte en Chihuahua, en medio de macanas y armas de fuego, no creo que sea muy buen signo. ¿De verdad piensan Camacho, los chuchos y Ebrard que se acabaron los caciquismos en esos estados?
Un cabeza hueca como Leo Zuckermann ha dicho que las coaliciones fueron exitosas y se pregunta si los que se oponen a las mismas dentro de la izquierda no están haciendo lujo de obcequedad y falta de sentido político. Yo preguntaría a cualquiera que piense del mismo modo: ¿en qué parte del mundo se ha visto que dos enemigos irreconciliables se vuelvan aliados y, menos todavía, amigos? Aquí el PAN está derrotado frente al PRI y los mismos panistas lo saben; Camacho ha jugado sobre esa cuerda y la está pulsando. Los panistas pueden ser todo lo tontos que se pueda uno imaginar, pero son también unos oportunistas desvergonzados. Claro que la propuesta les gustó y la aceptaron sin problemas. Camacho sería capaz de aliarse con cualquiera, hasta con el Diablo, lo ha dicho él mismo. Lo que nunca ha explicado es, aparte sus jueguitos de tablero, qué es lo que cree que gana en ello.
López Obrador viene a dar al PRD su última oportunidad para refundarse de verdad y, si los perredistas no lo entienden, quiere decir que están perdidos.
algunosseguidores de Higinio Martínez, ya antes presidente del Consejo Nacional del PRD que se ha pronunciado en contra de esa alianza y ha declarado su fidelidad a la izquierda. La verdad es que las bases perredistas, que Bautista, líder de ADN, cree controlar, están en su mayoría en contra de los planes de Ortega, de Camacho y de los panistas. Con ellos se hará la campaña de izquierda.
Todo mundo tiene en mente la experiencia innovadora de Iztapalapa, cuando López Obrador se puso en movimiento en contra de la mafia de René Arce, en contra de una sucia maniobra del Tribunal Electoral Federal, de unas boletas que ya no se podían cambiar y en las que estaba inscrito el nombre de Clara Brugada, pero los votos no valdrían para ella sino para su contrincante del PRD y se tuvo que recurrir al registro del Partido del Trabajo y a su candidato para parar el golpe y ganar. A muchos no les parece lógico que en una delegación tan perredista como esa el triunfo haya sido del PT. Pues así fue y se debió a López Obrador. En Oaxaca, él se movió por los municipios indígenas con el senador Gabino Cué, futuro triunfador de las elecciones estatales. El triunfo de la coalición no fue del todo mérito de ella.
Todavía se está esperando que alguien explique qué ganó el PRD con sus alianzas en Puebla y Sinaloa, estados en los que es insignificante. Se eligió a dos priístas por fuera del PRI. ¿Dónde está la ganancia? Ver al famoso Malova en la toma de posesión del priísta César Duarte en Chihuahua, en medio de macanas y armas de fuego, no creo que sea muy buen signo. ¿De verdad piensan Camacho, los chuchos y Ebrard que se acabaron los caciquismos en esos estados?
Un cabeza hueca como Leo Zuckermann ha dicho que las coaliciones fueron exitosas y se pregunta si los que se oponen a las mismas dentro de la izquierda no están haciendo lujo de obcequedad y falta de sentido político. Yo preguntaría a cualquiera que piense del mismo modo: ¿en qué parte del mundo se ha visto que dos enemigos irreconciliables se vuelvan aliados y, menos todavía, amigos? Aquí el PAN está derrotado frente al PRI y los mismos panistas lo saben; Camacho ha jugado sobre esa cuerda y la está pulsando. Los panistas pueden ser todo lo tontos que se pueda uno imaginar, pero son también unos oportunistas desvergonzados. Claro que la propuesta les gustó y la aceptaron sin problemas. Camacho sería capaz de aliarse con cualquiera, hasta con el Diablo, lo ha dicho él mismo. Lo que nunca ha explicado es, aparte sus jueguitos de tablero, qué es lo que cree que gana en ello.
López Obrador viene a dar al PRD su última oportunidad para refundarse de verdad y, si los perredistas no lo entienden, quiere decir que están perdidos.
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