López Obrador:
ética y acción política
Rodrigo Ávila
Frente a la
evidente descomposición que priva en la clase política mexicana, el movimiento
que encabeza Andrés Manuel López Obrador apuesta a la ética como base de la
acción y sitúa a la cultura no a la política como escenario del cambio
verdadero.
El proyecto de
un gobierno democrático, como el que plantea López Obrador, implica vencer
inercias culturales como la corrupción, el influyentismo y la simulación.
El PRI,
durante su largo régimen, logró reflejar sus vicios en la sociedad, de tal
forma que la oposición política y la sociedad en su conjunto reprodujeron esos
valores y los asumieron como parte del folklor nacional, convirtiendo así al
país en una monumental película de ficheras.
De otra forma
no podemos comprender el estado actual de las cosas donde un partido como
Acción Nacional, profundamente ligado en sus orígenes a valores cristianos,
terminara apropiándose de los usos y costumbres del priísmo que van del fraude electoral,
pasan por la represión y culminan en el contubernio con la delincuencia
organizada.
La cúpula del
Partido de la Revolución Democrática tampoco es ajena a la cultura del priísmo:
fraudes electorales, traición a los principios, prácticas clientelares,
simulación y pactos inconfesables a cuenta del presupuesto federal son parte
del corolario de virtudes que llevaron a este partido a la posibilidad de hacer
alianzas con el PAN de cara a 2012.
Si la apuesta
de Salinas luego de fraude del 88 fue consolidar en México un bipartidismo de
derecha, después del fraude de 2006 el objetivo es consolidar una clase
política, incluyendo a un sector del PRD, para aparentar una normalidad
democrática inexistente.
La estrategia
es simple: simular un consenso que incluya a la “izquierda” para establecer un
estado autoritario que permita sostener ni siquiera algo tan abstracto como el
régimen neoliberal, sino los privilegios de un sector. Hay que decir que la
oligarquía nacional no ha dejado de ser una simple realeza pulquera con
prácticas aldeanas.
La actual es
una época de tristeza. Sumida en la crisis económica, la sociedad ve día a día
cómo la clase política se pudre junto con el país. Se necesita crear una
perspectiva de cambio en la sociedad.
De ahí que
López Obrador relance al movimiento poniendo a la ética como primer punto de su
agenda para diferenciarse de la decadencia política. Si bien la estrategia
tiene como objetivo de ganar terreno en amplios sectores del electorado, va más
allá.
La nueva etapa
del movimiento exige a sus militantes y simpatizantes algo más que el
compromiso formal del activista, porque vencer al PRIAN implica principalmente desterrar
su cultura decadente de nuestra convivencia social.
Debemos asumir
que machismo es el PRIAN, que homofobia es el PRIAN, que violencia contra las
mujeres es el PRIAN, que violencia contra niñas y niños es el PRIAN, que
agandalle es el PRIAN, que delincuencia es el PRIAN; que oponerse a lo que
representan esos partidos no es sólo votar en contra sino desechar su cultura
de nuestras relaciones sociales.
Sino no lo logramos,
el movimiento puede ganar la presidencia pero perder al país. De nada sirven un
hombre o una mujer virtuosos en el poder si gobiernan un pueblo corrompido y
sin voluntad de cambio, por eso las transformaciones deben hacerse desde abajo
y con la gente.
El mensaje de
AMLO a sus seguidores en esta nueva etapa es simple: un buen activista es un
buen ciudadano. Por eso los exhorta a “no mentir, a no robar y a no traicionar”.
El plan de
AMLO también abarca la reconciliación nacional que debe partir del acuerdo
entre ciudadanas y ciudadanos no del arreglo entre las élites, como lo proponen
quienes defienden las alianzas con la derecha.
La sociedad
mexicana en su conjunto ha sido agraviada: desde la comunidad empresarial
honrada hasta las y los trabajadores sufren a diario las decisiones y
corruptelas de los políticos, más allá de sus colores o disfraces.
Darle un
talante virtuoso a esa inconformidad acumulada implica rebasar barreras
partidistas, étnicas, religiosas, sociales, de género, sexuales y de clase.
“Besos
recogerá quien siembra besos”, dijo románticamente AMLO en el zócalo para
enunciar lo muchas veces expuesto: los adversarios del movimiento no son
quienes de buena voluntad votaron por PRI o PAN, ni las bases de esos partidos,
que han sido igualmente lastimadas por el neoliberalismo y los privilegios de
la oligarquía.
La mafia nos
robó la presidencia, por supuesto, pero a diario quita el pan de la mesa de los
trabajadores, lesionan las aspiraciones de la clase media, destruyen el futuro
de jóvenes y niños. No importan las convicciones políticas de la gente, la
mafia perjudica a todos en su loco intento por mantener privilegios.
Por eso, a la
guerra hay que oponer la paz, ante el odio convertido en política económica hay
que proponer el amor y la esperanza, a la división hay que vencerla con la
unidad. Esos son los símbolos que acompañarán al movimiento rumbo al 2012. La
pesadilla puede terminar si lo queremos.
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