Salinas en el IFE
Jesús Cantú
Proceso
MÉXICO,
D.F., 20 de octubre.-
Durante su mandato presidencial (1988-1994), Carlos Salinas de Gortari pretendió modernizar el autoritarismo mexicano, pero nunca transitar a la democracia o siquiera liberalizar el espacio político y/o social, aunque sí lo hizo en el ámbito económico. Y aunque creó los organismos constitucionales autónomos (Instituto Federal Electoral, Comisión Nacional de Derechos Humanos y Banco de México) como vía para legitimarse sin redistribuir el poder, lo hizo como parte de un proceso liberalizador o democratizador.
Por otra parte, durante su sexenio 17 gobernadores interinos o
sustitutos directamente designados por él, rindieron protesta en 15
entidades de la República Mexicana, con lo cual, si se toma en cuenta
que en ese entonces el presidente también designaba al jefe de Gobierno
del Distrito Federal, la mitad de las entidades y, seguramente casi las
dos terceras partes de la población, estuvo gobernada por un delegado
presidencial en algún momento de su administración, cifra sin parangón
en la historia contemporánea del país.
Todo comenzó cuando, con su escaso respeto (o total desprecio) al
voto ciudadano, arribó al poder mediante el fraude electoral del 6 de
julio de 1988, cuando se cayó el sistema de cómputo de votos en el
momento en que empezaban a llegar los resultados que otorgaban, al
menos hasta esos momentos, el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas.
Hoy, parecía una broma de mal gusto que el IFE lo invitara a
participar en los eventos de celebración del vigésimo aniversario de su
creación, y más para hablar en el panel “La democracia del siglo XXI”.
El su libro, Organismos autónomos y democracia: El caso de México,
publicado en 2007, John M. Ackerman demuestra fehacientemente que
durante el periodo gubernamental de Salinas dos de los organismos
constitucionales autónomos (IFE y CNDH) sirvieron precisamente para
simular un compromiso, pues las prácticas del gobierno autoritario
mexicano no cambiaron en lo fundamental y esos organismos fueron usados
únicamente como instrumentos de legitimación.
Ackerman explica que, desde su diseño, dichas instituciones fueron
debilitadas por los reformadores del PRI, puesto que representaban un
peligro potencial para la permanencia del partido en el poder. No fue
sino hasta 1996, en el caso del IFE, y hasta 1999, en el de la CNDH, ya
durante el sexenio de Ernesto Zedillo, cuando se transformaron en
“instituciones realmente fuertes y eficaces”.
En consonancia con la explicación de Salinas, en su aparición de la
semana pasada, Ackerman destaca que el IFE surgió como una medida ante
la crisis de legitimidad de las elecciones anteriores, pues el partido
en el poder debía hacer evidente su interés en realizar “elecciones
limpias”. Así, se legitimaría y, al mismo tiempo, tendría en sus manos
el poder que le conferiría el establecimiento de tal institución, como
era el control y la dirección del mismo, ya que la presidencia del
instituto recaía en el secretario de Gobernación y los miembros con
voto estaban predominantemente “controlados por el PRI y el gobierno”.
Durante el sexenio salinista se confirmó la teoría de connotados
politólogos en el sentido de que los organismos constitucionales
autónomos son una opción “utilizada exclusivamente por regímenes
autoritarios para simular su compromiso con la rendición de cuentas”,
pues su creación no busca realmente una redistribución del poder, sino
simplemente simularla precisamente para poder mantener y ejercer ese
poder abusivamente.
Por otra parte, de los 17 interinos o sustitutos que tomaron
protesta durante la gestión de Salinas, seis lo hicieron porque los
mandatarios constitucionales fueron invitados a ocupar cargos en el
equipo presidencial (Veracruz, Jalisco, Baja California, Zacatecas,
Tlaxcala y Chiapas); uno, porque hubo una reforma de la Constitución
estatal para homologar la fecha de las elecciones de gobernador con las
federales (Sonora); otro, porque el entonces gobernador interino
renunció para pretender convertirse en candidato del PRI a la misma
gubernatura (San Luis Potosí, 1994); otro, por la explosión de una
tubería de gas en Guadalajara; y uno por el alzamiento armado en
Chiapas, el 1 de enero de 1994.
Los demás fueron obligados a renunciar por conflictos
postelectorales –Michoacán, 1992; San Luis Potosí, 1991, y Guanajuato,
como los más emblemáticos– o porque los resultados de las elecciones no
favorecieron al PRI y, aunque no hubo conflictos postelectorales,
Salinas consideró que no eran útiles como ejecutivos estatales –Estado
de México, Michoacán, Tabasco y Yucatán–.
En octubre de 1992, Pascal Beltrán del Río, en un reportaje
publicado en Proceso, señalaba: “…de los 41 procesos electorales de
carácter estatal que se han celebrado desde julio de 1989, en 23 ha
estallado la violencia o, cuando menos, se han dado fuertes muestras de
inconformidad con el desarrollo y los resultados oficiales”. Ese fue el
sello de un gobierno que prefirió recurrir a las concertacesiones antes
que respetar la voluntad popular.
Ahora, en su reaparición, Salinas puntualizó que “no era necesario
que el PRI perdiera para mostrar el avance en la democracia”; destacó
que “…si la alternancia es la prueba de la democracia, más que sus
instituciones, bienvenida la alternancia para el 2012”, y mostró su
preocupación porque “en Baja California, Jalisco, Guanajuato y la
Ciudad de México hace muchos años que no hay alternancia”. Sin embargo,
olvidó señalar que en otros 10 estados jamás la ha habido: Campeche,
Coahuila, Colima, Durango, Estado de México, Hidalgo, Quintana Roo,
Tabasco, Tamaulipas y Veracruz.
Fiel a su vocación, Salinas aprovechó el foro para justificar su
mandato, atraer los reflectores y celebrar la alternancia, siempre que
ésta beneficie al PRI. Pero no tiene la culpa Salinas, sino el IFE que
lo invita y le monta el escenario.
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