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martes, 2 de febrero de 2010

LOS ANTROS...

La nueva clase, los nuevos antros



Miguel Ángel Granados Chapa
PROCESO
MÉXICO, D.F., 31 de enero.-

 Por su semejanza con las cuevas, que también recibían ese nombre, hubo un tiempo lejano en que antro era, como lo define el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, un local o establecimiento “de mal aspecto o reputación”. Una metamorfosis conseguida por la nueva clase consiguió que se llamara antro a todo lugar de esparcimiento nocturno, especialmente los destinados a ganar dinero con el ansia de diversión y encuentro de los jóvenes adinerados. Pero en realidad, aunque se les denomine así con toda naturalidad, sin reparar en su antigua condición peyorativa, la mayor parte de los lugares donde se reúne la juventud acaudalada funcionan de tal modo que deberían ser vitandos, temibles en vez de deseables.

El Bar-Bar es un antro que está hoy en boca de todos porque allí fue herido a deshoras un futbolista conocido, Salvador Cabañas, importado de Paraguay por el club América. Como él hay muchos en las zonas de la ciudad y sus barrios periféricos donde vive la gente acomodada. Pero en el establecimiento de los hermanos Charaf se sintetizan los atributos de una época y un segmento social que se erigen como paradigmas a través de las páginas dedicadas a la frivolidad o en los espectáculos de la televisión.

La clientela del Bar-Bar es la nueva clase en la cúspide de un sistema expoliador que permite a unos cuantos acumular y derrochar fortunas. Buena parte de sus visitantes habituales provienen de la farándula o de los estadios, aunque no faltan vástagos de las grandes familias, las fundadas por próceres de la patria o de los negocios. Junto con los casinos de la cadena Caliente o de Play City, son establecimientos consagrados a la banalidad cuya explotación deja abundante dinero. Siempre los ha habido, en metrópolis o en ciudades pequeñas. Pero hoy son más notorios por la arrogancia y la insolencia de quienes los frecuentan, merecedores de todo según su propia apreciación, sólo porque en cada visita al establecimiento que se supone es para miembros escogidos gastan el salario semanal de todo el personal que les sirve.

José Jorge Balderas Garza, conocido como El Jota Jota, que probablemente hirió gravemente al crack americanista, es un típico visitante del lugar. Es considerado como cliente VIP (very important person) y, por lo tanto, no tiene que cubrir su cuenta ni siquiera con una tarjeta de crédito. Lo tiene abierto en la casa, porque es gente de confianza. Acudía sobre todo los domingos, cuando la clientela femenina es amigable y libre. Allí conoció, por ejemplo, a Silvia Irabién, apodada La Chiva en sus apariciones iniciales en un reality show de Televisa, espectáculo tan real que es sólo prolongación de su vida cotidiana. Su amistad los condujo a la intimidad carnal, de la cual la modelo quedó embarazada. El caballero, apodado con las iniciales de su nombre, como en el estilo estadunidense de identificar a los famosos, se esfumó al saber que había incurrido en la paternidad irresponsable. La valiente mujer, que acudió al Ministerio Público a dar cuenta de ese episodio de su vida privada, al ver que su amigo estaba involucrado en un delito grave, aportó información sobre el susodicho: es un simulador que ostenta varios nombres. El que dio a La Chiva no corresponde con el que tiene a mano la policía. Ni tampoco los domicilios que señaló al obtener su credencial de elector y su licencia. Todo es falso. Todo menos su dinero, que se muestra en su derroche (tuvo un consumo de 16 mil pesos en la noche y madrugada del día de los hechos) y en la familiaridad con que se le trata en el antro, de la cual se benefició para huir, ni siquiera con la premura que el verbo sugiere, sino con toda tranquilidad, seguido de su guarura que no se aparta de él ni siquiera cuando el patrón va al mingitorio a orinar.

Jota Jota Balderas Garza es muy joven. Debe presumirse, por lo tanto, que la liberalidad en su gasto tiene como origen una fortuna familiar, o que es un empresario de la modernidad, dueño de negocios que ofrecen vastas y prontas ganancias con mínima inversión, como los centros telefónicos que atienden llamadas de personas que prefieren el sexo imaginario, fantasioso, que el real. Puede ser también de los que administran franquicias de comida chatarra, o servicios como el valet parking, que no reclaman más que un escritorio rodante y una parvada de muchachos que aprenden a manejar en los vehículos de la clientela comodona. Tal vez sea uno de tantos empresarios, como los antreros mismos, que agregan poco valor a la economía, a cambio de lo cual extraen utilidades gordas basadas en la explotación al personal y en la corrupción. O puede que sea un narcotraficante o un lavador de dinero.

Sólo a partir de arreglos chuecos, de violación sistemática de las leyes condonadas por la autoridad, se entiende que funcionen cantinas que no cierran nunca. La licencia del negocio donde Cabañas fue herido era de bar simple, sujeto a horarios y restricciones. Sus dueños obtuvieron su conversión a club privado, que ensancha los márgenes de operación. Es seguro que para tal metamorfosis hayan untado la mano del funcionario que firmó la nueva licencia o del que autorizó que lo hiciera. A partir de ese acomodo chanchullero los antreros como los del Bar-Bar se permiten todo, hasta el cinismo de alegar su buena reputación, que atrae “a la clientela más exigente de México”.

Como la agresión fue perpetrada por una o dos personas, la acción penal sólo se enderezará contra ellas, y si acaso contra el personal que dejó irse a Jota Jota y alteró la escena de los hechos. Pero pasado el escándalo, arregladas las deficiencias administrativas conforme a la ley o contra ella, el Bar-Bar reabrirá sus puertas para quienes quieren lujos dominicales y pueden pagarlos.

No son estas, o no quieren serlo, ocurrencias de viejo, impregnadas además de resentimiento social, como puede suponer una lectura superficial de estas notas. Pero si lo parecen, asumo mi responsabilidad, la de un observador ya no escéptico, sino pesimista, frente a ciertas conductas sociales, debilitamientos éticos que deberían llamar la atención del clero preocupado por saber si los ángeles tienen sexo y cómo lo practican.





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