Historias de la ciudad
El vendedor de cocoles
Hace algunos años aconteció que la población en general se vió afectada por una de las crisis económica más importantes y que jamás se había conocido. Miles de personas vieron que su vida a semejanza de un castillo de hielo que se desvanecía y con ella su futuro; esta es la historia de una de ellas y puede que su conducta y filosofía de la vida no sea como la de mucha gente, sin embargo cada quién lo puede interpretar a su manera.
Fernando escuchaba desde su flamante escritorio situado en el mejor lugar de una prestigiosa agencia automotriz el llamado por el sonido de ese lugar-¡ La fuerza de ventas presentarse a la sala de juntas!- . Sabía lo que ahí se iba a decir, también adivinaba lo que les esperaba a él y a sus compañeros de trabajo.
De la noche a la mañana hacienda había subido los intereses de los que tenían en curso un crédito y las deudas se multiplicaron por cien ; no había que ser muy experto en números para saber lo que significaba eso para la economía de un país subdesarrollado.
-Tu actitud es tu altitud-, -tu medida es de tu cabeza al cielo-, escuchaba las mismas cantaletas que él le recetaba a su grupo de ventas cada lunes religiosamente para cumplir con los objetivos que le garantizaban su permanencia en ese sitio , su status social y la estabilidad familiar. Pero esta ocasión era diferente; los clientes finamente trabajados por años desaparecieron gracias a las decisiones de unos políticos corruptos por los que Fernando había votado y defendido hasta el cansancio; el panorama se veía desolador.
Fue hace poco cuando se escuchaba , en una calle con regular circulación de presurosos empleados de oficinas, el grito de ¡ Cocoles , Cocoles! Anunciando la venta de uno de los panes tradicionales - panes mexicanos- y a poco rato pasaba enfrente un caballero de canas de más o menos entrando a la tercera edad; con su vestimenta adecuada para su labor; pantalón de mezclilla, un chaleco para el frío , zapatos gastados ya por el uso cotidiano y su bicicleta vieja marca Búfalo, con un canasto de pan tapado en la parte superior con un hule para proteger este alimento de polvo . Era uno más de los vendedores ambulantes que pululan en la zona en busca del sustento para sus familias y pasaba desapercibido como muchos.
Fue un tiempo después cuando le reconocí; me contó que había perdido a su familia; trabajó de vendedor de mil cosas, nunca pudo recuperar a sus clientes por más que los buscó, su esposa lo abandonó porque él fue incapaz de sostener en nivel de vida al que la acostumbró, y sus hijos a los cuales sacó de esa escuela particular huyeron del hogar para buscar oportunidades en el vecino país del norte; jamás volvió a saber de ellos.
Las deudas, las obligaciones firmadas con anterioridad hicieron que perdiera su casa y un terrenito a donde pensaba edificar una cabaña para irse a vivir con su esposa en la vejez; por supuesto vendió todo para pagar intereses tras intereses hasta que al fin no pudo más y dejó de hacerlo para perderse o más bien esconderse de insensibles acreedores, de hacienda y bancos; Deambulaba en el metro quién sabe con qué intenciones… y leía en las portadas de los diarios de las esquinas, que muchas personas se suicidaban agobiados por la crisis , pero nunca tuvo el valor suficiente de hacerlo porque pensaba en sus hijos.
A Fernando le vino la depresión de poco a poquito; sin pensarlo se vio metido en el maldito alcoholismo que lo llevó a perder lo poco que le quedaba de dignidad, hasta acabar tirado en la calle frente al majestuoso edificio que albergaba a los que consideraba sus amigos, los políticos que alguna vez conoció.
Su madre – que todavía vivía- le dio albergue en un cuartito que se encontraba en el techo de su casa en el norte de la ciudad y ahí se pasó sin salir por mucho tiempo.
Ante este panorama un grupo de amigos decidieron darle una mano y le hablaron sobre una posible oportunidad en un lugar similar al que había trabajado antes de su debacle…se le humedecieron los ojos y aceptó.
Un amigo mutuo que ahora era flamante director le asignó un modesto lugarcito con escritorio y teléfono, sus hermanos se cooperaron y le compraron dos trajes… alguien le prestó corbatas.
Dejaron de verle unas semanas; felices de haber hecho lo correcto.
No supieron de él hasta cierto día que entre los ruidos de coches que cotidianamente pasan por la avenida se escuchaba un voz que aumentaba su intensidad en la medida que se acercaba ¡cocoles ¡ ¡lleve sus cocoles! Y Fernando apareció con una gran sonrisa, limpio, rasurado y con una presencia como no se la habíamos visto hacía mucho tiempo y claro… vendiendo sus cocoles.
El tiempo que estuvo de regreso en ese nuevo lugar de trabajo le hizo recordar muchas cosas, de repente se vio envuelto en un mar de tecnología que no conocía , E. mail .computadoras, celulares que hacían muchas funciones y sobre todo se encontraba con personas extrañas . Le llamó la atención que las condiciones de trabajo eran las mismas.. sin derechos . Ninguna prestación tenían , había que darse de alta otra vez para pagar sus impuestos , pero lo que lo hizo cimbrar de pies a cabeza fue el sonido de los altavoces que repetía -¡ La fuerza de ventas presentarse a la sala de juntas ¡-…y salió disparado para sentarse en la banqueta de la Av. de los insurgentes a pensar… y sin pensarlo se levantó y caminó… y caminó como si le flotaran los pies hacia el norte de la ciudad, y cada vez que se alejaba de ese lugar se iba sintiendo mejor hasta que llegó a su cuarto de azotea para ponerse a llorar.
Fue hasta la mañana siguiente cuando muy temprano volvió a planear su vida con ayuda de un ser querido, de los que todavía le quedaban. Fueron a su delegación territorial a pedir un préstamo para comprar su propio horno y así elaborar el mismo su pan.la casa de su madre ahora fallecida , tenía suficiente espacio para su pequeño negocio y sus hermanos estaban de acuerdo en ello ; se sintió feliz ahora que sus nubes negras se disipaban y solo le daba escalofrió cuando por las noticias de la televisión diligentes y serviles locutores anunciaban el regreso a la política en primer plano de que aquél personaje siniestro , culpable de sus desgracias ..y tapaba como por instinto el canasto de cocoles como queriéndolos proteger de esa despreciable ave de rapiña.
Dueño de su negocio ahora , afuera de la clínica del seguro social se encuentra un hombre curtido por la vida , afable, con su bicicleta marca búfalo y una sonrisa espectacular vendiendo sus propios cocoles como a eso de las 8 de la mañana, cuando salen los trabajadores a desayunar. Su vida no volvió a ser la misma.
GATOHK…
coronadep@hotmail.com
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