Librerías El Sótano trata a sus empleados como ladrones en potencia
Juan Pablo Proal
PROCESO
MÉXICO, D.F., 19 de noviembre (apro).-
Sus compañeros de
trabajo del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey
(ITESM) campus Puebla le prepararon una despedida con dos pasteles, uno
de chocolate y otro de naranja. Estaban extrañados, no entendían por qué
Federico abandonaba el puesto de bibliotecario referencista.
“Mi vida son las librerías”, explicó Federico de Jesús Flores a su
jefa inmediata. Dejaba un trabajo estable con prestaciones superiores a
las de la ley para perseguir la ilusión de competir por una
futura gerencia de la librería El Sótano.
A Federico le ofrecieron el puesto de gerente de piso en la primera
sucursal de El Sótano en Puebla, inaugurada el pasado 15 de julio. El
contrato preveía un sueldo de 5 mil pesos mensuales más comisiones;
juntos, sumaban unos 8 mil pesos.
Federico de Jesús Flores tiene 33 años de edad. Es egresado de la
carrera de Diseño y Producción Publicitaria por la Universidad Popular
Autónoma del Estado de Puebla. Su pasión es servir a los lectores más
exigentes. Pasó por las librerías Profética y Gandhi, en esta última
duró tres años como jefe de piso del área de ficción y no ficción.
Federico no anticipó que su estancia en El Sótano sería de sólo un
mes. Hoy en su despensa sólo tiene unas cuantas bolsas de pasta y unas
latas de atún que, con meticulosa angustia dosifica para terminar con
algo en el estómago en este fin de año.
El viernes 29 de octubre Isis Jiménez, supervisora de sucursales de
El Sótano, le ordenó a Federico trasladarse al día siguiente a la ciudad
de México para recibir un curso en capacitación “sobre cajas”.
A Isis no le importó que Federico debiera asistir a la Universidad
Iberoamericana de Puebla para entregar los avances de su proyecto final
de tesis para graduarse de maestro en Letras Iberoamericanas.
Al día siguiente Federico se levantó a las cinco de la mañana. Tomó
el camión Estrella Roja de las 6 y pasadas las nueve de la mañana llegó
al DF con toda la intención de aprender el “manejo de cajas”. En lugar
de la capacitación, Isis Jiménez y Arturo García, encargado del
departamento de recursos humanos de El Sótano, le tenían reservada una
noticia.
--¿Estás a gusto en la librería? –preguntaron con dejo de malicia.
--Sí, claro.
--¿No has notado alguna anomalía?
--En lo absoluto.
Arturo García no terminaba el interrogatorio cuando prendió su
computadora y puso en altavoz una conversación telefónica que había
realizado Federico desde la sucursal de El Sótano.
En la charla, Federico le preguntaba a un trabajador de Gandhi si
contaban con dos títulos que no tenían en existencia en El Sótano. Un
cliente había preguntado por material que no tenían en la sucursal.
“En ese momento yo estaba sorprendido por lo ocurrido y sólo pude
argumentar que había llamado a otra librería porque en uno de los casos,
el libro no estaba en Puebla, pero al cliente le urgía. En otro porque
de plano no estaba en ninguna sucursal de El Sótano. Llamé para que se
le consiguiera el libro al cliente, al menos para brindarles ese
servicio, cosa que siempre he hecho.
Federico se asume como un librero de vocación. Para ser bueno en el
oficio, evalúa, “hay que preparar al personal que vende libros no sólo
en técnicas de ventas; también ponerlo a leer y desarrollar cierta
empatía para con el cliente; convertirse en un verdadero amigo de quien
compra un libro: una propuesta a todas luces humanista, el dinero viene
como consecuencia”.
En El Sótano no lo entendieron así, y en cambio le obligaron a firmar su renuncia aduciendo traición a la empresa.
No era la primera humillación que Federico había sufrido por parte de
El Sótano. Antes de salir a su casa y después de comer, el personal de
seguridad lo cateaba, como al resto de sus compañeros, para verificar
que no se robara ningún libro. A todos los trataban como posibles
ladrones.
Las compañeras de trabajo de Federico se quejaban también que una de
las mujeres guardia abusaba del tacto cuando las cateaba para ver si no
habían hurtado algún libro; es decir, la celadora aprovechaba su puesto
de poder para tentonear a las chicas.
El jueves 18 de noviembre a Federico le obligaron a firmar que
terminaba la relación laboral por “mutuo acuerdo”. De oponerse, el
librero no recibiría el pago de sus comisiones, condición indispensable
para por lo menos abastecerse de los mínimos víveres. Accedió contra su
voluntad.
Federico perdió su trabajo estable en el ITESM y todavía no asimila
muy bien qué y cómo ocurrió. Ahora es uno más de los desempleados del
sexenio. Se le pregunta si está dispuesto a presentar un recurso legal,
pero el temor lo acecha:
“Lo haría, pero temo represalias por parte de El Sótano. De entrada
que no pueda contratarme por mucho tiempo en otro lugar. Firmé un
documento, a cambio de mi pago de comisiones, donde dan por hecho que la
decisión de quedar fuera de la empresa es por ‘acuerdo mutuo’ y donde
dice que no tengo ‘nada que reclamarle a esta’. Así, ellos tienen la
sartén por el mango y si no accedía no me pagaban mis comisiones.
“Por el momento no lo haré; pero no puedo quedarme callado, por eso recurrí a Proceso”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario