Sobre la tele
Pedro Miguel
Navegaciones
La jornada
No hay que dramatizar:
si el poder de Televisa fuera tan grande como se dice, hoy Peña Nieto
tendría 98 por ciento de la intención de voto en las encuestas. Visto en
retrospectiva, si ese consorcio hubiera tenido credibilidad, la
oligarquía no habría tenido que recurrir al fraude electoral para
imponer a Felipe Calderón en la presidencia, Andrés Manuel López Obrador
habría obtenido 30 mil votos y los partidos que lo postularon estarían,
a estas alturas, sin registro. El poderío de los dueños de la tele es
vasto y aplastante, pero no invencible. Operarán, ya se sabe (nunca han
dejado de hacerlo) al servicio del grumo político-empresarial que
detenta el poder político y del que ellos mismos son parte, y pondrán en
juego toda su capacidad de distorsión y su ascendiente sobre millones
de personas para echarle una tercera o cuarta capa de blindaje a la
impunidad imperante y para cerrar cualquier rendija por la cual pudiera
colarse el oxígeno impostergable de la renovación nacional. Falta que
tengan éxito.
Sin contar con su aptitud para transformar el ánimo de media
población y ponerla en sintonía de lágrima con pornografía sentimental,
la tele tiene un probado músculo comercial y mercantil: puede lograr el
milagro de vender caca enlatada si en el envase correspondiente se
agrega la etiqueta
como lo vio en TV, y hora tras hora coloca impunemente toneladas de basura en hogares y sistemas digestivos. En principio suena lógico: si tiene éxito en tomar el pelo de los consumidores, podrá hacer otro tanto con los votantes e instalar en los cerebros de los ciudadanos un ataque de amor súbito por un candidato chatarra.
Como ha ocurrido con otros actores, la televisión privada trasladó en
automático las lógicas comerciales y mercantiles al ámbito de la
política: hoy se habla con desenfado de marketing, de oferta, de
posicionamiento y de productos en el terreno que debiera servir para
conciliar las diferencias e intereses de los distintos sectores de la
sociedad y discutir y aplicar, en colectivo, el rumbo del país. No es
extraño que los afanes de concebir al electorado como mercado y a los
políticos como mercancía culminen en la compraventa de votos y otras
acciones reconocidamente deleznables.
La transferencia de reglas de lo comercial a lo político, sin
embargo, no es tan tersa como pudiera pensarse. Tal vez ello se deba a
que los almidones industriales que nos venden como si fueran pan y
golosinas tardan más tiempo en hacer daño que las fórmulas electorales
ofertadas en el pasado reciente. Lo cierto es que el escepticismo
ciudadano es mucho mayor que la predisposición ovejuna de los
consumidores a dejarse engañar y trasquilar, y que los porcentajes
desmedidos (suponiendo que sean reales) de rating y de share
no guardan relación directa con la credibilidad. Alguien tendrá que
explicarnos la paradoja: sí, todo el mundo en México ve los noticieros
gobiernistas, pero muy pocos les creen. Cuando la tele sale en defensa
del discurso oficial, en vez de reforzar su verosimilitud, se contamina
con asertos abiertamente mentirosos (ejemplo de hoy:
no hay condiciones para bajar el IVA), embarra lo dicho por la autoridad con su propio descrédito y reduce hasta el absurdo los márgenes de confianza de lo dicho. De los espots
para vivir mejor, ni hablemos.
Hoy, cada crítica al calderonato expresada por los guaruras de
opinión del régimen suena a mudanza táctica a favor de Peña Nieto, a
realineación de medio tiempo para vender a la ciudadanía el último
rescoldo de autoritarismo, corrupción y demagogia que queda del viejo
PRI, una vez agotado el proyecto de renovación de envoltorios
representado por una nata panista que, de última hora, y con cierto dejo
de desesperación por la infidelidad televisiva, procura revivir su
competitividad reciclando imagen y agregando a sus empaques la leyenda
comercial:
¡Nuevo! Ahora, adicionado con Chuchos y Camachos.
Por descontado, la tele no es un tigre de papel, pero tampoco es la Estrella de la Muerte, aquella estación de combate de La guerra de las galaxias,
capaz de destruir planetas con un solo golpe de su cañón láser. Con
imaginación, trabajo y organización, es posible enfrentarse a ella,
derrotar a sus productos comerciales y políticos en las tiendas y en las
urnas y recuperar, para provecho del país, lo que la sociedad nunca
debió perder: el control del espacio radioeléctrico.
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